miércoles, 9 de diciembre de 2009

La nación, los Estados y el fraude colectivo.

Sorprende, a la par que aterroriza, la facilidad emotiva que definen a estos conceptos. Ninguno de los Filósofos, ideologos de la Revolución Francesa, se habría imaginado jamás que esta derivación de su "soberanía popular" fuera a adquirir tanta fuerza, como para que se construyera en torno a ella, no solo formaciones políticas, sino toda clase de arquitecturas sentimentales, que en muchos casos, justifican todo tipo de acciones. Y lo que creo que más sorprendería, y aterrorizaría (haciendome una analogía a mi mismo) a Rosseau o Montesquieu es que un concepto nacido de su ideario de libertad fuera utilizado con tanta facilidad para cercenar aquel derecho que tanto defendían.
Como otros tantos inventos, en sus inicios, el sentimiento nacional y su defensa sirvieron a muchos pueblos para liberarse del yugo extranjero y ganar acceso a la autodeterminación. De la misma manera que en el siglo XIX, y muy en contra de la tónica general imperante en ese momento en los estratos de poder, la independencia de Grecia conmovió a todos los librepensantes de la época por su carácter nacionalista, podemos decir que actualmente cualquier movimiento nacionalista "moderno" esta rodeado de un tufo rancio que me aleja de tal reivindicación.
El nacionalismo ha desarrollado, por méritos propios de sus apologetas, una naturaleza segregacionista y cerrada muy ligada a las aristocracias locales que lo defienden. Caballo de batalla del poder económico y sobre todo pensamiento exclusivista, a pasado de ser un canto a la libertad a ser un alegato egoísta; el nacionalismo ha degenerado en chovinismo y además se ha comenzado a impartir con un lenguaje pobre y pervertido para captar la conciencia de todos los colectivos posibles, colectivos que cuanta menos educación tengan, mejor.
Lo realmente sorprendente de todo este tema radica en la fuerza conmovedora, cohersitiva y argumentativa que el símbolo nacional tiene per se. Un discurso que implique el valor nacional suele ser un poderoso aglutinador de masas, lo cual me lleva a pensar que aún no hemos superado el sentimiento de clan, puramente instintivo, y que solo hemos sofisticado el proceso para definirlo; ya no meamos las esquinas, sino que clavamos banderas.
Y no quiero confundir con mi argumento; no estoy en contra de los símbolos nacionales, ni estoy en contra de que cada país, región, pueblo, barrio o familia tenga unas costumbres propias, simplemente opino que encerrarse en las murallas de la aldea no es un proceso positivo para el desarrollo de la conducta de un ciudadano y que la creencia general de "lo mio es bueno, lo tuyo es malo (porque me da miedo y es diferente)" no lleva más que a un cultivo intensivo y deliberado de la pobreza de espíritu.

2 comentarios:

  1. Como bien dices un nacionalismo no se basa (o no debería basarse más bien) en la desvinculación con el entorno. En echar el muro y proclamar un: yo aquí y tú allí. Tampoco se puede usar como herramienta de reivindicación de una segmentación (además de una manera manipulada) por intereses personales o sectoriales.

    Se trata de la proclamación de una identidad propia. Que será común en lo general, pero con matices en lo específico.

    Los símbolos nacionales no se tratan de mecanismos para unificar y hacer sentimiento de masa común, sino que son la representación de esa unidad que ya existe per se. Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. ¿No resulta demasiado maniqueo establecer una unidad pre-existente per se, cuando existen miembros de una colectividad que no lo aceptan?
    ¿Realmente crees que los símbolos nacionales españoles no están polarizados por una determinada ideología política, y lo que es más, polarizados adrede?
    Bienvenido

    ResponderEliminar