jueves, 29 de julio de 2010

La tradición desmitificada.

Me gusta el progreso, y me gusta exponencialmente más cuando en su avance desmiembra alguna tradición absurda por el camino.
Esta semana Catalunya ha dado un paso adelante en su legislación y ha conseguido abolir una de las rémoras culturales más pesadas, que ancladas en una tradición, en unos intereses económicos elitistas y una más que discutible visión estética de la misma seguía perpetrándose en territorio español. Esta semana Catalunya ha conseguido que no se haga show del sufrimiento de ningún animal, ha conseguido que no se vuelva a permitir al puñado de bárbaros que ve arte en la sangre, continuar con su arcaica, anacrónica y abominable fiesta. Y ésto, que la derecha a convertido en buque insignia del antiespañolismo, no es más que un avance en materia de civismo. Las luchas políticas, el sistema de captación de atención en aras del poder político y la jugada identitaria, para mi, queda en segundo plano, cuando el gobierno autonómico de una región es lo suficientemente maduro como para sacar adelante este proyecto de ley.
A los que la fiesta os apasiona y os parece el non plus ultra de la valentía, el culmen estético de la lucha del hombre contra la bestia, solo os digo una cosa: Mi pulgar hacia abajo, luchad vosotros en el Coliseo.

miércoles, 21 de julio de 2010

El lodazal.

La visión general que se tiene de la política actualmente dista muchísimo de ser positiva y esto es una realidad objetiva que cualquiera puede confirmar. Desde el desencanto y la apatía al rechazo in toto, quien más, quien menos, encuentra al fenómeno político despreciable, aburrido, corrupto o simplemente prescindible. Esto nos lleva a plantearnos que un desgaste de este calibre solo puede ser entendible en tanto en cuanto el fenómeno político en sí mismo ha dejado de ser representativo, no solo de la mayoría, sino de muchas minorías. ¿Cómo es posible, entonces, que la herramienta de representación ciudadana no represente a los ciudadanos? Existe más de una explicación a esta situación y la posibilidad de plantear una respuesta absoluta se presenta casi como una quimera. Como la búsqueda de absolutos es una perdida de tiempo, mi intención es comentar un punto de vista explicativo y una utopía.
Partamos de la premisa básica de que voy a intentar aplicar la teoría desarrollada en mi anterior post y utilizando la idea de la metamorfosis de la circunstancia y la noción del hombre como vector de cambio voy a construir una utopía.
La circunstancia política se presenta como defectuosa, disfuncional o en el mejor de los casos alejada de la realidad. El mundo político es un gran lodazal en el que todos los intereses de poder se entremezclan hasta adquirir una naturaleza casi homogénea que no permite diferenciar unos de otros. Este proceso conduce a la despolitización de la política en tanto en cuanto ésta deja de ser una herramienta de dirección del Estado para el beneficio de la sociedad y pasa a ser un conglomerado de intereses diversos y entretejidos que se retroalimentan. En este punto podemos pensar: ¿acaso el presidente de un país no gobierna para el ciudadano que lo habita? Pues mi respuesta sería un si a medias, puesto que el político supedita el beneficio general de la sociedad que le otorga su cargo al designio o supervisión del poder homogéneo que con él cohabita, es decir, que las directrices reales de la política vienen marcadas desde una fuente exogena.
Y este es el principal peligro del lodazal, que en su propia naturaleza no permite distinguir a unos de otros y nadie sabe quien es realmente el que ostenta, detenta o usurpa el poder político, lo que en última instancia nos lleva a una coyuntura nueva, en el que no existe una figura real a la que decapitar en una Revolución: el sistema ha conseguido enmascarar de forma eficaz al verdadero enemigo del bien común.
Pues bien, ante esta situación debemos plantearnos, como nosotros como ciudadanos, no ya solo con derecho a voto, sino con herramientas de participación política, podemos recuperar nuestro derecho a ser representados de forma honesta. Como la Revolución queda descartada por ineficaz, al carecer de un enemigo visible, y por violenta, lo primero que debemos pensar es que nuestro objetivo debería ser cambiar la circunstancia política de forma que la persona que elegimos como representante nos represente objetivamente.
Para ello hace falta una metamorfosis dirigida por un colectivo ciudadano, compuesto de individuos, mediante ideas nuevas ya que, evidentemente, los grandes partidos establecidos están cómodos en su posición y no van a hacer nada para cambiar el sistema, y aquel partido minoritario dispuesto al cambio se aferra a una ideología antigua, refundada cientos de veces con miembros anclados en pesados símbolos arcaicos que no evocan aires de renovación. Este movimiento, al fin y al cabo, no sería más que la evolución natural de un sistema al que se puede potenciar sus virtudes.
El verdadero problema que se nos plantea con todo esto se encuentra en el desplazamiento de las viejas formulas anquilosadas en el sistema y que obligan a que este proceso deba realizarse a un nivel colectivo, puesto que requiere que los ciudadanos en su conjunto demuestre con su voto que realmente está disconforme con lo que se le ofrece, que reclame para sí la representación que él otorga y que en el fondo, sea responsable y exigente con quien elige.
Este es el horizonte utópico o aquello a lo que se debe tender en el plano práctico; tristemente utópico porque no puedo olvidar que más allá de todo lo planteado existen plataformas de comunicación al servicio de los grandes partidos que se encargan de confundir a quienes luego votan; no puedo olvidar que existe un colectivo que apoya lo establecido porque le beneficia o porque no comprende que le perjudica; no puedo olvidar que a otro colectivo todo esto le importa muy poco porque se ha dejado alienar y sin crítica navega a la deriva y porque no puedo olvidar que todo parte de una premisa de paroxismo rousseauliano, en el que el ser humano no solo es bueno por naturaleza sino que además se esfuerza por conseguir el bien común.
No quiero terminar este escrito contradiciendo al completo lo desarrollado en el anterior post por una sobredosis de realidad, pues sinceramente creo que como rémoras que son para nuestro desarrollo, las circunstancias sociales que nos entorpecen siempre acaban siendo destruidas en aras de la creación de nuevas formulas más cercanas a la realidad, y que para ello hace falta, en primera instancia comenzar a plantearnos que es lo que esta mal, que es lo que debemos cambiar, y ya con el problema analizado comenzar a discutir cual es el mejor camino para desarrollar este cambio: la renovación de la política comienza por nosotros mismos, y si nada de lo que está en la palestra nos representa quizás deberíamos plantearnos apoyar formaciones nuevas. Me niego a pensar que vivimos una segunda decadencia del Imperio romano en la que todo está corrupto y marchando hacia una deriva autodestructiva en la que nada vale la pena.