jueves, 22 de abril de 2010

El maquiavélico arte de parecer.

Cuando Nicolas de Maquiavelo escribió su Príncipe allá por el siglo XVI recomendaba en una de sus máximas al príncipe que hiciera por parecer virtuoso. A pesar de que Maquiavelo no desdeñaba que el príncipe en cuestión fuera virtuoso, mejor que mejor obviamente,si es verdad que hacía hincapié en que si no lo era, por lo menos lo pareciera.
Este texto de carácter político pretendía recoger las bases del buen gobernante para la época y todos sus consejos iban dirigidos para quien ejerciera tal cargo. Es reseñable, pues, que cinco siglos después la necesidad de parecer se haya convertido en casi una necesidad obligada para el éxito.
La sociedad exitísta de raíz anglosajona que hemos construido se sustenta, en muchos círculos, por la autoridad estética del protocolo, es decir, que es una sociedad que premia a quienes parecen exitosos y virtuosos, y para ellos se exige la capacidad, muchas veces, de construir en torno a sí falsas virtudes. Y es que la virtud debe tener un rostro y debe tener un traje; y lo que en primera instancia debe tener es dinero. Si, dinero, ese pasaporte social que eleva a quien lo tiene a las más altas cotas de la sociedad, que le abre puertas y que le hace envidiable; no en vano oímos una y otra vez, cuando alguien habla de trabajo o de una responsabilidad, aquella pregunta cliché de ¿Pero... en eso cuanto se gana? ¿se gana mucho? Tengo dinero, soy exitoso, soy virtuoso, estoy predestinado. Y no en vano utilizo aquella terminología protestante en el discurso, pues no en vano fueron países de aquella confesión quienes construyeron los estamentos de valores que hoy inundan la sociedad. Ojo! no digo que el protestantismo sea el vector del capitalismo social moderno (esto esta muy discutido y meternos en este terreno podría llevarnos todo el post) pero si digo que las coincidencias no son casuales.
Ahora bien, si hacemos una recreación simple de esta afirmación nos encontramos que virtuosismo se vuelve sinónimo de eficaz mercader; un talento subyuga los demás, un talento nos hace parecer más de lo que somos. Y así todos queremos parecernos a ese símbolo virtuoso hijo de la american way of life, y entonces nos vestimos de éxito, y despreciamos lo que somos; dejamos de ser y empezamos a parecer, pues así ganaremos mucho más, y con ello todo irá estupendamente. Tanto pareceremos, que cuando una de las estructuras socio-económicas que sustentan tal situación se desplomen nos encontraremos con que tanto tiempo hemos dedicado a parecer que, y citando a una voz amiga, no tendremos ni idea de lo que somos.
Quizás debamos empezar a reflexionar sobre el verdadero valor del talento; quizás debamos desplazar esa euforia monetaria, financiera, "dolarísta" del altar del templo y comenzar a valorar al humano en tanto en cuanto es un ser creativo sin necesidad de nadar en la abundancia. Quizás el exito no sea acumular riquezas de forma desproporcionada; quizás la doctrina del "beneficio ilimitado y el ahorro" nos este convirtiendo en seres que parecen y no son, porque en el fondo, estoy convencido de que una sociedad que valora más un billete que un libro (y siento este tópico casi estúpido y demagógico) está condenada al fracaso. En realidad no es tan difícil; probemos a intentar abandonar el cuantitativismo y en abrazar el cualitativismo. Probemos a entender el dinero como un medio y no como un fin. Rehumanicemonos. Seamos, no parezcamos.

1 comentario:

  1. Me ha venido estupendamente esta dosis humanista. También últimamente he estado pensando justamente en esa crisis de identidad. Veo una sociedad liberada de las antiguas moralinas e intransigentes costumbres pero aun envuelta en el mismo juego de máscaras. Renunciar a conocerse a uno mismo para hacerse a golpe estético. Y no cualquier estética, como bien señalas, debe ser la estética del éxito. Admiración, aplauso, deseo, presencia... ¿merecidas con evocadas? Malos tiempos para ser. Como siempre.

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